El "Día de Jesús" en Jamilena después de un año

Hace un año tomé posesión de la Parroquia de la Natividad de Jamilena. Después de una etapa alejado de la vida parroquial, volvía a la diócesis de Jaén para hacerme cargo de esta pequeña comunidad cristiana. Recuerdo aquel 16 de septiembre de 2015 como un día de sensaciones nuevas, difícil de describir. Aquella tarde de la toma de posesión me reencontraba con: antiguos feligreses de mis queridas parroquias de Santa Ana y Mengíbar; jóvenes con los que viví intensamente mis años como Delegado de Juventud; paisanos que hacía tiempo que no veía y ni esperaba; familiares y amigos que, una vez más, estaban conmigo en un momento importante de mi vida. Pero, sobre todo, recuerdo muchas caras desconocidas; rostros, anónimos entonces, a los que poco a poco he ido poniendo nombres y apellidos, y que han entrado ya a formar parte de ese "ciento por uno" que el Señor prometió dar a los que le siguieran.

George Bernanos, en su obra maestra, titulada El diario de un cura rural, comienza el relato con esta afirmación del protagonista: "Mi parroquia es una parroquia como las demás. Todas se parecen". Pues yo puedo decir, después de un año al frente de esta comunidad, que "mi parroquia NO es como las demás". Es semejante en los rasgos esenciales y fundamentales que conforman una entidad parroquial. Pero su manera de vivir y expresar la fe a través de la religiosidad popular dista mucho de otras parroquias y comunidades cristianas, hasta donde tengo capacidad para poder establecer una comparación. Evidentemente, podría ser acusado, con razón, de exagerado en lo que estoy tratando de decir, pero bastaría conocerlo para darse cuenta de que no es así. Lo único que pretendo es resaltar el "gran tesoro de fe" que se encierra en este pequeño pueblo. Esta es mi intención, y no otra. 

Sin ánimo de ser exagerado ni dejarme llevar por la pasión o el afecto que deslumbra la objetividad, el día 14 de septiembre, uno puede sentir, palpar, respirar la devoción de un pueblo por esta Bendita Imagen de Nuestro Padre Jesús Nazareno y que, además, la vive como su principal señal de identidad. Todo el mundo, sin excepción, me había ponderado y ensalzado que se trataba de un día especial. Como si del estribillo de una canción se tratase, todos me decían lo mismo: "Ya verá el Día de Jesús". Era la manera sencilla de advertirme sobre la explosión de fe y piedad, sin parangón, que se vive ese día. Y así fue. 

Empezando por la solemne celebración eucarística y terminando con la procesión, el Día de Jesús es un día de fe; un día en el que se pone de manifiesto la excelencia y particularidad de esta parroquia. Por la mañana, el templo se desbordaba de gente para participar de la Eucaristía. Literalmente no quedaba ni un solo hueco libre para poder sentarse o, al menos, quedarse de pie. Y todo estaba impregnado de solemnidad: el templo, la multitud, la música, el silencio... Después, por la tarde, como si se tratara del mismo Jesús de Nazaret caminando por Galilea seguido de la muchedumbre, el Bendito Cuadro era llevado por las saturadas calles de Jamilena entre lágrimas de emoción, pies descalzos que cumplen una promesa o velas encendidas que indican que allí, sosteniendo aquella llama, se encontraba un corazón agradecido, dispuesto a acompañarlo. 

Con la fiesta de Nuestro Padre Jesús se puede decir que completé el ciclo de celebraciones de esta bendita comunidad cristiana. ¡No podía existir mejor culminación para un año tan intenso como el vivido! Solo puedo dar gracias a Dios porque me ha regalado poder caminar con esta comunidad cristiana durante estos doce meses y me ha permitido vivir y sentir la devoción de esta grey por nuestro verdadero y único Pastor: Cristo, el Señor.  

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