Una Navidad agradecida
Vuelvo a mi querido blog para dejaros una mirada sobre dos experiencias vividas
durante esta Navidad, que me han permitido profundizar en la grandeza del misterio
de Belén y dar gracias a Dios de una manera particular por las personas que forman
parte de mi vida. En primer lugar, una gripe de manual me ha tenido fuera de
juego durante los días previos a la Navidad, impidiéndome preparar y vivir el
Nacimiento de Jesús como otros años: encontrándome con amigos, cantando
villancicos, visitando enfermos, viendo belenes… En segundo lugar, he pasado la
cena de Nochebuena solo con mis padres, estando aún convaleciente con los
efectos de la dichosa gripe. Dos circunstancias que han hecho que mi Navidad haya sido muy diferente a otras navidades.
Santa Teresa de Calcuta afirmó en una ocasión: «Es Navidad cada vez que reconoces con humildad tus límites y tu debilidad». Y este año he tenido la ocasión de vivir la Navidad desde esta clave. He cambiado los aperitivos por el antibiótico, los canapés por las pastillas efervescentes, la cerveza por el jarabe y la zambomba por el termómetro. Mi menú durante muchos días se ha reducido a: zumo de naranja, caldo caliente y leche con miel. Y mis únicas salidas: de la cama al sofá y del sofá a la cama. En otras palabras, la fiebre y sus consecuencias me han obligado a estar recluido en mi casa y vivir otra realidad de la Navidad: la fiesta desde la limitación y la debilidad.
Santa Teresa de Calcuta afirmó en una ocasión: «Es Navidad cada vez que reconoces con humildad tus límites y tu debilidad». Y este año he tenido la ocasión de vivir la Navidad desde esta clave. He cambiado los aperitivos por el antibiótico, los canapés por las pastillas efervescentes, la cerveza por el jarabe y la zambomba por el termómetro. Mi menú durante muchos días se ha reducido a: zumo de naranja, caldo caliente y leche con miel. Y mis únicas salidas: de la cama al sofá y del sofá a la cama. En otras palabras, la fiebre y sus consecuencias me han obligado a estar recluido en mi casa y vivir otra realidad de la Navidad: la fiesta desde la limitación y la debilidad.
Es verdad que al principio uno solo piensa en ponerse bien, en recuperarse
cuanto antes para poder seguir la vida normal y disfrutar de los encantos que
envuelven a estos días tan entrañables, marcados por la emoción y el sentimiento.
Pero después, cuando la fiebre no remite y parece que la normalidad va a tardar
en llegar, se comienzan a valorar otras cosas: la llamada de teléfono del amigo
que todos los días puntualmente se preocupa por tu salud, la cercanía de
personas que te preparan algo de comida o están dispuestas a pasar un poco de
su tiempo contigo, los cuidados y mimos de quien no le importa dejar sus cosas
para ocuparse de ti y de tu vidriado… Entonces, sin ganas y un poco cabizbajo, bastante
aplanado y la sensación continua de haber recibido una paliza, se descubre una
dimensión fundamental de la Navidad: la presencia de Dios en la debilidad y la
cercanía del amor de Dios en las personas que, de una manera u otra, te acompañan
en momentos de fragilidad.
Por otra parte, esta Nochebuena la he pasado solo con mis padres después de
mucho tiempo. Durante los últimos años, en mi casa siempre hemos vivido la
Nochebuena rodeados de mucha gente: mi hermano, otros miembros de mi familia,
algunos amigos muy cercanos (que son como familia) y algún que otro compañero.
Pero este año no ha sido así: solo hemos estado mi padre, mi madre y yo. Los
tres sentados alrededor de una abundante mesa, conscientes de que nos sobraba
comida y nos faltaban comensales; con la cabeza y el corazón puestos en
personas queridas que otros años se encontraban con nosotros. Fue la Nochebuena
de una familia que trata de vivir este día como mejor puede, porque sabe que
estar juntos es un regalo que algún día no tendrá. Y eso hicimos. Con una
cierta nostalgia y una pequeña dosis de soledad, todavía convaleciente, viví
este día con los “míos”. A falta de mi hermano, entorno a aquella mesa estaba con
mi familia, disfrutando de estar juntos, de la cercanía y cariño de las
personas que siempre, pase lo que pase, están ahí. En esa presencia, a veces
callada, celebramos el Nacimiento de Jesús. Y así este año, como ninguna
Nochebuena, celebramos que Dios nace en una familia, al calor de un padre y de
una madre. ¡Qué hermoso!
La Navidad nos invita a la contemplación del Nacimiento del Hijo de Dios y
nos despierta el sentido de gratitud. Celebramos que el Hijo de Dios se hace
hombre, asume la debilidad de la carne y comparte nuestra historia. Es el
misterio del encuentro definitivo de Dios con sus criaturas. ¡Misterio de fe y
amor! Jesús, como cualquier neonato, alegra el corazón de quien lo contempla y,
además, hace visible el amor de Dios en la debilidad de un recién nacido. Por
eso en Belén, mirando al Niño, se nos abre un nuevo horizonte y se aviva la
esperanza. Y, sin querer, brota del corazón una acción de gracias por ese
misterio del Amor.
Por otra parte, además de dar gracias a Dios por despojarse de su condición
divina para asumir nuestra fragilidad, también le he dado gracias por la
familia que tengo, los amigos que me ha regalado y esas buenas personas que ha
puesto en el camino de mi vida. Su cercanía y cariño durante estos días de Navidad
han despertado en mí un agradecimiento profundo y sincero a Dios, que no se
deja ganar en generosidad y siempre da el «ciento por uno». El amor de Dios se
encarnó en Belén y ahora se sigue encarnado en cada persona dispuesta a amar. Así
que, en definitiva, puedo decir que esta ha sido una Navidad agradecida en la
que ha resonado de manera particular la Cantata
63 de J. S. Bach:
¡Cristianos, grabad
este día
en metal y en mármol!
¡Aprisa, venid conmigo al pesebre
y cantad con alegres loas
vuestro agradecimiento y fidelidad!
en metal y en mármol!
¡Aprisa, venid conmigo al pesebre
y cantad con alegres loas
vuestro agradecimiento y fidelidad!
Mis mejores deseos para este nuevo año 2017.