Más de 72.000 expresiones de amor
En Jamilena, en las estribaciones de la Sierra Sur de Jaén,
este año florecieron los cerezos a mediados de junio. Sí, no exagero. Como si
del mismísimo Valle del Jerte se tratara, el día 18 de junio rompieron en flor
unos 120 cerezos sobre el alquitrán de la calle Los Huertos.
Era la solemnidad del Corpus Christi y los vecinos de esa
calle decidieron retrasar la floración los cerezos para el Día del Señor. Y así
fue. En unos grandes maceteros de barro se podían ver colgadas de ramas secas más
de 72.000 flores de cereza hechas, una a una durante casi todo año, con papel,
cuerda, pintura, paciencia y mucho trabajo. No me lo podía creer, pero era
verdad. La empinada calle de la Hermana Mayor del Santísimo del año 2017 había
retrasado la primavera para que ese día fuese uno de esos “Jueves” (aunque
pasado a domingo) que relucía más que el Sol, desde que el papa Urbano IV publicara
la bula Transiturus, el día 8 de
septiembre de 1264 y, en ella, el Sucesor de Pedro justificara la razón de ser
de esta fiesta diciendo: «…es preciso cumplir este deber con el admirable
sacramento del Cuerpo y Sangre de Cristo […] para que lo que quizá se descuidó
en las demás celebraciones de la misa, en lo que se refiere a solemnidad, se
supla con devota diligencia; y para que los fieles, al acercarse esta
festividad, entrando dentro de sí mismos, pensando en el pasado con atención,
humildad de espíritu y pureza de conciencia, suplan lo que hubieren cumplido
defectuosamente al asistir a misa, quizá ocupados con el pensamiento en
negocios mundanos o más ordinariamente a causa de la negligencia y debilidad
humana».
El Día del Corpus fueron muchas las personas que, en
Jamilena, trabajaron para adornar y engalanar las calles por las que iba a pasar
el Santísimo: altares construidos con un cuidado y un esmero exquisitos; asfalto
cubierto con moquetas, pintura o alfombras de sal espectaculares; colgaduras en
balcones o atravesando las calles; niños disfrazados de pastorcillos, recordando
a Lucía, Jacinta y Francisco, en un altar dedicado al centenario de la
Aparición de la Virgen de Fátima; pequeñas imágenes de devoción; manteles blanco
relucientes; muchísimas flores y una cantidad incontable de macetas…, en cada
detalle, adorno, colgadura, recipiente y manualidad trabajada para ese día, una
expresión de amor a la Eucaristía, una oración de alabanza al Santísimo y una
acción de gracias a Jesús Sacramento.
Me imagino que todos los que tienen la oportunidad de vivir
en un lugar donde se celebra especialmente la solemnidad del Corpus Christi podrán
decir algo parecido y mucho más de todo lo que se prepara para esta celebración,
de cómo se vive y de lo que significa para cada uno. Ahora bien, en todos
siempre se oirá la misma exclamación y la misma respuesta: «¡Alabado sea el Santísimo
Sacramento! Sea por siempre bendito y alabado».
Porque es lo que toda la Iglesia hace en este día: dar gloria y alabanza al
Hijo de Dios sacramentado. Y para expresar esta alabanza se hacen muchas cosas, incluso retrasar la floración de los
cerezos.