Viernes Santo

MAÑANA DE VIERNES SANTO

Despunta el alba del Viernes Santo, 
morado de penitencia,
amarillo de traición.
Cirios lila cogidos por guantes blancos.
Tres cruces y una corona
abren la procesión.

Padres acompañando a sus hijos,
transmisores de una tradición,
discípulos del Nazareno
herederos de fe y devoción.

Sobre un monte de lirios
Jesús trata de levantarse,
para continuar el camino
del tormento y la aflicción.

Cruz de plata rutilante 
que disimula el patíbulo repugnante;
traje de terciopelo
que oculta la sangre del flagelo;
potencias de plata reluciente
que opacan la corona de espinas doliente.

¡Oh, mañana de Viernes Santo, día de redención!
Costaleros,
valientes costaleros,
que llevan o aguardan
para ayudar al Hombre Caído,
cual cirineos del mismísimo Señor.

San Elías, la Verónica  y la Virgen de los Dolores,
Dimas, Gestas y los doce Apóstoles.
Abraham, el ángel y el hijo del sacrificio,
el que blande la campana y golpea con el martillo.
Muchos arrepentidos y todos pecadores:
los santos, los piadosos,
los malos e impostores.

Músicos, mantillas, cofrades,
niños, jóvenes, abuelos,
pobres, ricos, cicateros,
nativos, emigrantes, extranjeros,
ateos, creyentes y alejados.
Mujeres elegantes y hombres entrajados.

Todos, como en Jerusalén, el Viernes Santo
abarrotan las aceras y las calles
viendo cómo pasa
quien morirá entre criminales.

Hoy sí se le acompaña.
Hoy nosotros somos los “suyos”,
“sus cirineos”, “sus amigos”.
Y si bien estamos con él,
en la plaza a mediodía,
postergamos lo importante,
y comienza la estampida.

Nos olvidamos que allí,
sobre su paso,
espera resignado su partida.

Así, con la cruz a cuestas y la mirada perdida,
hincada la rodilla y mermada su cuadrilla,
desde su trono te dice:
“Hijo mío no me abandones,
que el camino se hace largo
y ya me están esperando
los verdugos y ladrones”.

Date prisa, no me dejes
en este triste momento.
Date prisa, no me dejes
que me salen al encuentro
dolores de despedida.

Ahora vete hacia el convento
y allí con recogimiento
vivirás la hora de oficios,
y recordarás de nuevo
que por ti entregué mi vida.






Noche de Viernes Santo



Tarde de tinieblas,
cuadrilla de costaleros
portando silenciosos la Caja del Nazareno.

Músicos cansados, 
que acallan por unas horas 
tambores, cornetas e instrumentos.


¡Silencio, que sólo haya silencio!
Romano pon hacia abajo
tu pica en señal de duelo,
ha muerto quien más te ama,
ha muerto tu Nazareno.

Tarde de sepultura, noche de lamento,
porque ha sido enterrado
el Hijo del carpintero.


¡Shhhhh, calla!
¿No ves que está muerto?
Sí, es el Hijo de María,
es Jesús el Nazareno.
El hombre bueno
que comió con publicanos,
pecadores y fariseos. 
El Maestro milagroso
que caminó con los suyos
por caminos y senderos.


¡Shhhh, calla!
¿No te das cuenta?
Vacío y oscuridad.
Vacío fruto de la derrota,
y vencedor de la batalla,
cómplice de la Vida truncada,
que por nosotros sufre, 
grita y calla.

Oscuridad que mitigó la Luz

y destrozó la esperanza.
Victoria falsa y aparente 
de lo que al hombre asusta y enloquece.


¡Shhhh, calla!
¿No lo sientes?
Silencio y soledad,
silencio que apaga la Palabra,
silencio que enmudece los labios,
silencio... lleno de lágrimas.
Urna de cristal que, sin saberlo,
acoges al Autor de tierra y cielo.


¡Shhhh, calla!
Ocaso de Viernes de Santo,
día de enterramiento.
Pueblo que llora y acompaña
la Vida entre los muertos.


¡Shhhh, calla!








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