Domingo de Resurrección

        Cristo resucitado



¿Dónde está el Ecce homo?
¿Dónde lo habéis puesto?
En el lugar de la despedida,
sin saber cómo ni cuándo,
abandonó la losa,
se despojó del sudario
y apareció refulgente
lo que fue un despojo humano.

Por mucho que mire no veo
al Muerto entre los muertos.
“No está aquí, ¡ha resucitado!”.
Es la única respuesta
después de tanto buscarlo.

¡Oh, Jesús Nazareno, muerto y crucificado,
que pasaste por la puerta
que tememos tus hermanos!

Los tuyos no comprendieron,
“a los tres días, resucitado,”
Ellos sólo sabían que lo que tienes en vida
con la muerte se ha acabado.

En la experiencia del Tabor
 el cielo habían pregustado,
pero nada es suficiente
para algunos timoratos.

¡Oh, Jesús Nazareno, muerto y crucificado,
que llegaste hasta el Sheol
que asusta a tus hermanos!
Bajaste al lugar del tormento
donde aguardan los manchados.
Con tu mano los rescataste,
¡ay, pobres atribulados!

Viven solos y perdidos,
pues de Dios se han alejado.
Descendiste hasta el infierno,
la muerte ha terminado,
recobraste al hombre viejo,
por Ti fue rescatado.

¡Oh, Jesús Nazareno, muerto y crucificado,
que superaste el trance
que golpea a tus hermanos!

¡Ha resucitado! No está aquí,
tal y como había anunciado.
Es el Forastero que se acerca
en el camino de Emaús
y en el camino de Damasco.

El Hombre de la Paz
que supera las paredes
y vence a pávidos y amilanados.
La respuesta al escéptico de Tomás
que metió el dedo en las llagas
y también en su costado.

¡Oh, Jesús Nazareno, muerto y crucificado,
que te hiciste alimento
que alimenta a tus hermanos!

¡Ha resucitado!
En la Mesa del altar
su victoria celebramos,
por el Vino que bebemos
por el Pan que comulgamos.

Allí su presencia se siente 
donde dos o tres se encuentran,
su Espíritu permanece,
pues Jesús nunca nos deja.

¡Oh, Jesús Nazareno, muerto y crucificado,
que devolviste la esperanza
que anhelaban tus hermanos!

A prepararnos morada
ascendiste a los cielos,
nos juzgarás para siempre,
castigarás a los malos
y premiarás a los buenos.

Cual vírgenes prudentes
y siervos fieles y honrados,
así queremos hallarnos
para cuando llegue el día
como Dimas ser premiados.

No permitas, Buen Pastor,
que como ovejas nos perdamos.
De barro nos hiciste
frágiles, criaturas y engañados.

Señor, a tu celestial Banquete
queremos ser invitados,
comensales dichosos
junto a mártires y santos.

Porque solo en la comunión trinitaria
hallaremos nuestro descanso.
Ese descanso eterno
que hombres y mujeres necesitamos.

¡Oh, Jesús Nazareno, muerto y crucificado,
que ascendiste a los cielos
para esperar a tus hermanos!

Llévanos contigo el día de nuestra partida,
queremos reencontrarnos
con aquellos que nos dejaron,
y poder cantar la gloria
que los ángeles cantaron.

De la Jerusalén celeste
queremos ser ciudadanos,
y en la gloria del Padre,
el Hijo y el Espíritu Santo,
vivir eternamente,
por los siglos de los siglos. Amén.




A. M. D. G.


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